Muchos movimientos radicales están relacionados con el territorio. Aunque a menudo tienen una visión sobre el carácter global de su lucha, comienzan con lo que ellos entienden por la liberación de un espacio concreto. Suelen estar fuertemente vinculados con la población local y creen representar los intereses de los ciudadanos que vive en un territorio específico.
Por ello, no es de sorprender que también exista un movimiento radical relacionado con el vino. El vino, como ningún otro producto, tiene un fuerte vínculo con el territorio. Mientras la mayoría de los bienes de consumo puede ser producidos fácilmente en cualquier rincón del mundo, el vino depende del terroir. El terroir es esta mezcla, poco concreta, que incluye aspectos naturales tales como el suelo, el clima, y la variedad de las uvas, aspectos culturales como las tradiciones vitivinícolas, y también algún elemento simbólico de creencia, imaginación o, simplemente, marketing.
Ya el paisaje de las distintas regiones vinícolas crea un vínculo especial y emocional entre la actividad económica, el producto final, y el territorio. No sólo las bodegas, sino también los viñedos, atraen regularmente a millones de visitantes a las diferentes regiones productoras de vino. Para muchas personas de estas regiones, el vino no es un producto como cualquier otro. No es una mera fuente de ingresos. Es, al mismo tiempo, fuente de orgullo, identidad y sentido de pertenencia a una comunidad. Por este fuerte vínculo con la comunidad, las cuestiones económicas en las regiones productoras de vino fácilmente devienen también cuestiones políticas.
En España tenemos el debate sobre los viñedos de Álava, es decir, el debate de si —y en qué medida y forma— los vinos que se producen en Rioja Alavesa pueden y deben distinguirse del resto de los vinos de Rioja. Los viñedos de Rioja Alavesa forman parte del País Vasco. La Denominación de Origen Calificada (DOCa) Rioja a la que pertenecen, y con ello la “marca” Rioja, es la más conocida en España y en el mundo; un valor simbólico y económico muy importante. En este ejemplo se puede ver fácilmente cómo los debates económicos sobre la mejor estrategia de posicionamiento en un mercado global, se mezclan con los debates sobre la identidad política y nacional. O, a la inversa, cómo los debates políticos e identitarios también influyen en cuestiones económicas y del reconocimiento de identidades particulares; identidades que se expresan incluso en los bienes de consumo como el vino.
En Francia, donde el vínculo entre vino e identidad nacional y regional todavía es más fuerte incluso, existe un movimiento que —según el idioma en que consultamos a Wikipedia— puede ser considerado como militante o radical y que emplea también métodos violentos o terroristas. En la lucha del CRAV, del Comité Regional de Acción Vitícola, de la región francesa de Languedoc-Rosellón, las cuestiones identitarias se fusionan como en ninguna otra región con los intereses económicos de los productores y de la comunidad.
El CRAV fue fundado en 1907 en la histórica región Occitania. Con su lengua propia y su desconfianza hacia París y el Estado central, Occitania siempre ha tenido una fuerte identidad regional. Además, Languedoc-Rosellón en el sureste de Occitania, aunque no tan conocida como por ejemplo Burdeos, es la región vitivinícola más grande del mundo. En ella se produce un tercio del vino francés.
Las actividades del CRAV al principio del siglo pasado se dirigían, sobre todo, contra el Estado central. Su lucha se nutre de diversas fuentes: del nacionalismo occitano, del socialismo, del republicanismo, del sindicalismo y del movimiento del 68, que en Francia fue mucho más que un movimiento estudiantil. En las últimas décadas se perfila más como un movimiento antiglobalización y enfoca a los efectos de la apertura de los mercados mundiales. Los miembros y simpatizantes del CRAV desconfían de las importaciones baratas, sobre todo de España e Italia, quieren proteger su identidad nacional y regional, y procuran defender los precios relativamente altos que tiene el vino francés en el mercado mundial.
Para conseguir esto, el CRAV utiliza también la violencia contra objetos. Sobre todo, la destrucción del vino extranjero es uno de sus métodos más empleado y más aceptado por parte de sus simpatizantes.
Desde el punto de vista sociológico podemos ver el CRAV como un movimiento contra la modernización y la globalización. A menudo se nos presentan estas tendencias como inevitables, como si fueran procesos naturales. No obstante, detrás de la creación o apertura de mercados comunes, detrás de las legislaciones sobre la protección de productores y consumidores, detrás de decisiones sobre grandes proyectos de infraestructura, etc., está la acción humana y política. Las acciones del CRAV, por tanto, no son una simple pataleta del niño que se niega a lo inevitable. Contiene también una crítica a las políticas de agricultura y de comercio nacional e internacional.
Nos hace ver la importancia del vino para la comunidad, la cultura y la tradición, para el paisaje, la economía y la identidad. Negar este estatus particular del vino significa negar el vino como producto cultural.
Recomendación de lectura: Andrew W. M. Smith “Terror and terroir: The winegrowers of the Languedoc and modern France”. Manchester University Press.