Ya estoy aquí otra vez. Dejad que me fume un porrico y disfrute de un campari, que luego vuelvo con alguna historia de camareros y consumidores. O no, ya veré. Depende. Igual me duermo un rato. Pero, coño, ya que es domingo y animado por mi inagotable amor a la humanidad, golpearé algunas teclas. Oh, ¿de qué iba yo a hablar? Ah, sí, de camareros. O más bien de clientes, que seguro que te sientes más identificade, seas lo que seas y del género que seas. Porque está claro que de vez en cuando sales por ahí a cenar, supongo, y tu elección está guiada por algún consejo amistoso, o por mirar en la red las reseñas de los restaurantes de moda o no tan de moda, o porque eres un noctívago y un funámbulo y te da igual dónde coño caigas. En suma, has hecho una reserva por internet y te dispones a abrir la puerta del local, a la hora convenida y con tus acompañantes matemáticamente contados. Ni más, ni menos. Ni antes, ni después.
ERROR NÚMERO UNO. Nunca hagas una reserva utilizando esas plataformas buitres como The Pork o Tripidvisir o cualquier otra parecida. Ellos cobran una comisión excesiva por cada comensal, y además los usuarios de esas mierdas suelen ser gente con poca palabra -lo digo, naturalmente, por experiencia-. Es muy fácil darle al ratón, y como no ha habido ninguna relación personal directa parece que tampoco sea tan importante cumplir con un contrato virtual. Evita usar esos engendros, llama por teléfono al restaurante o envíales un whatsap. Te lo agradeceremos.
Vale, sigo. Te encuentras en la puerta y el camarero se acerca a saludarte, te pregunta si tienes reserva, tu nombre, revisa el libro o cualquier otro artefacto mecánico-quirúrgico a su alcance, te muestra las mesas disponibles… El tipo es amable, no le vayas con idioteces, siéntate y relájate, que en seguida te traerá la carta, y dile si tienes alergias raras o intolerancias absurdas, que cada día sois más los afectados, y pregunta lo que quieras, que te vamos a ayudar.
Todavía no eres consciente, pero el camarero acaba de rastrearte con un escáner psicológico. Se ha fijado en tu aspecto, en tu forma de hablar, en todos esos mensajes inconscientes que emites en una constante y eterna comunicación no verbal. Sin duda, te ha clasificado. Conoce perfectamente tu límite de gasto. Aunque de momento esto no sea más que una sencilla intuición. Pero entonces sueltas la pregunta que escuchamos continuamente: «¿Qué nos recomiendas?»
ERROR NÚMERO DOS. Es normal que desconozcáis los secretos de una empresa de hostelería. La recomendación suele venir dictada por condicionantes ajenos a la simple y buena voluntad. Antes de cada servicio, los cocineros indican al personal de sala la necesidad de sacar determinados platos, ya sea porque hay otros que escasean, ya sea porque la caducidad se aproxima o simplemente porque no les apetece complicarse la vida. Tú sigue tu instinto. Pide lo que más te apetezca. Y consulta sobre todo por las cantidades, en especial cuando se trate de un restaurante de tapas o raciones y no de un menú clásico con entrantes y principales y secundarios y/o adyacentes.
El camarero acaba de tomar nota y la pasa a cocina. Luego te saca las bebidas. Esa es otra. Mucha gente pregunta por los vinos, y puedo asegurarte que la mayoría de las veces el camarero no tiene ni puta idea de nada, pero te venderá aquellos que le interesa vender. Cuidado con los precios. Algunos locales tienen una política desastrosa. Un buen vino supera normalmente los veinte euros, pero no hay necesidad de que llegue a los treinta. De todas formas, hay marcas excelentes por menos importe. Personalmente, siempre he pensado que una carta de vinos debe elaborarse de forma equilibrada, y que aún el más barato ha de ser agradable al paladar. Y debe ser reducida, entre quince y veinte referencias. Hay que facilitar la elección a los clientes. Ah, los clientes… Retorno al tema de antes. Cuando le has comunicado al camarero los platos elegidos, ¿le has mirado a los ojos? ¿no?
ERROR NÚMERO TRES. Si no aspiras a que te tomen por idiota, intenta ser amable. No puedes imaginar lo que nos reímos en la cocina con vuestras tonterías. Un cliente estúpido jamás recibirá un trato especial. Nos importa una mierda tu ego. Y, recuerda, te acabamos de escanear y no puedes engañarnos.
Tardan un poco los platos. Y tú, si es que acaso eres uno de esos de los que acabo de hablar, piensas que nos hemos olvidado de tu nota y empiezas a impacientarte y a mirarnos con mala cara cada vez que servimos algo a otra mesa.
ERROR NÚMERO CUATRO. Jamás te impacientes. Hay razones que desconoces, como la capacidad de los hornos y de los fuegos, la prioridad de otros clientes y la mayor o menor complicación de la preparación y el emplatado. Relájate, hostias, que has venido a disfrutar, así que guárdate los malos rollos, ¿de acuerdo? Además, no existe nada peor para tu reputación como cliente que llamarnos «jefe», o hacer chasquidos, o «pst pst», o levantar continuamente la mano. Aunque no lo creas, te hemos visto intentando llamar la atención. Pero nos movemos por prioridades, así que cada cosa a su tiempo. No seas tarugo, o taruga, o tarugue. De lo contrario, pincharemos al amanecer con alfileres un muñequito vudú con tu jeta.
Vale, ya tienes delante de las narices los entrantes. Ahora no se te ocurra ir la baño, joder, que pones en un compromiso al resto de la mesa. A un restaurante se llega meado y cagado de casa. A veces sois como niños. Ah, los niños. Qué maravillosas alegrías nos proporcionan, ¿verdad? Pero son un puto incordio. Si vas con niños, ocúpate de ellos. De lo contrario, somos capaces de aprovechar un descuido y vaciarles en el gaznate una dosis triple de Redbull o de Fritz-cola o de algo peor. Para que luego los aguantéis vosotros. Que se queden sentados y calladitos. No pedimos más. Y si algún bebé se pone a berrear, lo sacáis a la calle hasta que se calme. ¿Queda claro?
Habéis comido ya, qué rico estaba todo, ¿no? Y os tomo nota de los cafés. Sí, claro, los cafés. ¿Adivinas lo que voy a decir?
ERROR NÚMERO CINCO. Exacto. Si quieres sacarina o hielo o la leche de avena templada o azúcar moreno o cualquier otra diabólica y aberrante combinación de tus gustos condicionados, anúncialo en el momento en que lo pidas. No nos toques los huevos haciéndonos caminar dos o tres veces por la sala. Aparentemente no nos importa demasiado, pero seguro que si fueras un monje tibetano percibirías vibraciones ultranegativas. Evítalas en lo posible. Es por tu bien.
Ya te bebiste el café, ¿qué más quieres? Quizá haya público esperando para ocupar tu mesa. Pide la cuenta y vete. No des el coñazo, y sobre todo jamás, jamás, se te ocurra pedir un chupito de invitación. Solo te invitaremos si nos da la gana. Esa maldita costumbre de algunos puede ser interpretada -normalmente es interpretada- como un gesto maleducado. Si quieres algo, pídelo y págalo. No somos Papá Noel. Nuestro oficio no es una servidumbre. Y tampoco somos tus colegas. Dicho de otra manera, que te invite tu padre.
Así que ha llegado el momento de pedir la cuenta.Cada uno paga lo suyo. Ok, nada que objetar. Sabemos hacer hasta ecuaciones de quinto grado. En el tiempo que tú tardas en activar la calculadora del móvil nosotros hemos averiguado la distancia de la Tierra a la Luna. Curiosamente, el cálculo mental del camarero casi coincide con los dígitos de tu maquinita.
ERROR NÚMERO SEIS. Casi, digo, porque tú, orgulloso, orgullosa u orgullose, muestras a la audiencia tu pantalla con un resultado absurdo, incluso de cinco dígitos detrás de la coma. No, no tocáis a 28,14333 euros. Redondea, coño, no seas miserable, deja una buena propina, que para eso te hemos atendido con buen rollo y con sonrisas. Pocas cosas hay más ridículas que pagar con céntimos. Las vibraciones tibetanas te rodean. Ándate con cuidado.
Llegas a casa y no tienes sueño. Así que te dedicas a ilustrar al mundo con tus opiniones, e imbuido del carisma de un gourmet imaginario viertes en la red unas estrellitas y emites una crítica de mierda que no le interesa a nadie. A ver…
ERROR NÚMERO SIETE (Y ÚLTIMO). Si has comido bien y te han atendido correctamente, deja una buena puntuación. Y si no, mejor cállate. Una mala reseña puede hacer mucho daño. Sencillamente, no vuelvas a ese restaurante si la comida o el trato no han sido de tu agrado. Hay familias que dependen de ese trabajo, y normalmente no tienen culpa de nada. Escribir una mala reseña es propio de espíritus vengativos. O de idiotas. Y tú no lo eres, ¿verdad?
Y llego ya al final, que me estoy aburriendo un poco. En resumen, cuando vayas a un restaurante no seas gilipollas, compórtate como una persona responsable, sé amable, dedícate a disfrutar de la situación, no exigas más de lo que estés dispuesto a pagar. Tampoco te conformes con menos, claro. Pero, sobre todo, respeta a los trabajadores. Es un consejo de Miñarro, que de todo lo anterior sabe un rato, te lo aseguro.