Hay muchos países que asociamos con la cultura del vino: Georgia y Grecia se consideran como la cuna de esta bebida tan especial. Podemos encontrar en las grandes superficies fácilmente vinos de Nueva Zelanda o de Austria. Pero: ¿Han probado alguna vez un vino chino?, ¿no? En un principio nos debería sorprender nuestro desconocimiento sobre los vinos asiáticos, pues en el ranking de productores de vino, China se encuentra hoy en día por encima de todos estos países con unas cifras de crecimiento importantes.
El aumento de los viñedos en China difícilmente puede satisfacer la sed de la creciente clase media. Aunque esta, en China, es relativamente pequeña, en términos absolutos es enorme: 400 millones personas de este país de 1,4 miles de millones de habitantes son consideradas clase media. Y la cifra sigue en aumento. A ello se le añade un pequeño grupo de superricos con su ansia de comprar y consumir productos de lujo. Por ello vamos a hablar en esta entrada sobre el vino en el lejano este.
En China, como en Asia en general, existe una amplia tradición de consumo de alcohol. No obstante, este consumo, tradicionalmente, no ha sido de vino de uvas. Otras bebidas, como el sake de Japón, conocido aquí también como vino de arroz, tienen una historia mucho más larga.
Sobre todo, a través del colonialismo entraron las tradiciones francesas del consumo de vino en Asia. Y los ingleses con sus colonias, entre otras en Hong-Kong y Singapur, trajeron el coñac como una bebida que marca un estatus elevado, especialmente entre los hombres. Tal como expliqué en mi última entrada, los colonizadores no solo trajeron sus productos y hábitos, sino también la ideología de la superioridad cultural de Europa.
En sociología hablamos de consumo conspicuo cuando un bien no solo sirve para satisfacer una necesidad, sino cuando —además, y sobre todo— apunta a dar un elevado estatus social al consumidor. Para ello resulta importante que el consumo se realice en compañía. Así, por ejemplo, en Asia y Europa, mediante el consumo de vino, o también el regalo de vino, no solo se apunta a satisfacer una necesidad física sino también se entra en el juego de la apreciación social. Ahora bien, en Asia con su importante cultura de regalos y con la importancia de la imagen pública o el honor para el individuo, la diferencia entre lo que las personas gastan para su consumo individual privado y lo que gastan para beber en público o para hacer un regalo es superior a la de Europa.
Y como desde la distancia se pierden las diferencias (¿o sabría diferenciar Ud. Uruguay de Paraguay o Singapur de Malaysia?) también desde la distancia asiática la percepción de los vinos europeos se limita a unos pocos referentes. Especialmente los vinos franceses se tienen por buenos y cultos y con ello capaces de proporcionar aquel capital simbólico, aquel prestigio social añadido al que se aspira con el consumo en compañía. Una investigación mostró por ejemplo que los chinos están dispuestos de pagar de media unos 20 dólares americanos (aproximadamente 20 Euros) más por la compra de un vino francés que por uno de América. Especialmente las clases altas apuntan a menudo directamente a los grandes nombres de productores franceses para ganar prestigio.
Esta gran demanda de vino francés también tiene su efecto en el mercado doméstico en Francia, haciendo subir los precios de estos vinos a límites casi indecentes. No es de sorprender que donde hay altos precios, que ya no se pueden justificar por los costes de la producción, aumente también la tentación hacia las falsificaciones: En 2013 se exportaron a China 50.000 Botellas de Château Lafite Rothschild. No obstante, se compraron unos 2 millones. Desde entonces se ha invertido mucho en garantizar la trazabilidad de los productos originales.
Pero como decía al principio, China no solo es consumidora de vino. Cada vez más aparece también como productora. Por ejemplo, en la región de Ningxia el gobierno chino ha invertido grandes cantidades de dinero para convertir el vino en un referente nacional e internacional. Incluso construyen castillos al estilo francés para crear una imagen de calidad tradicionalmente asociada a este país europeo. Para llegar a una calidad superior, a menudo colaboran con grandes bodegas y enólogos europeos (de nuevo: preferentemente franceses).
Con la producción se busca, por un lado, satisfacer las necesidades de la creciente clase media. Además, en analogía al consumo conspicuo, podemos hablar de la producción conspicua. Más allá de su valor económico, la producción de vino puede proyectar una imagen de riqueza, cultura y estabilidad. Pero ello depende, en gran medida, de la calidad de los vinos producidos. Y esa calidad está llegando.
El mundo del vino vivió un shock, cuando en 1978 se organizó por primera vez una cata a ciegas entre vinos franceses y vinos californianos. El mundo del vino templó, porque en contra de todo pronóstico (sobre todo del pronóstico de observadores del viejo mundo) ganaron los vinos californianos. La película “Bottle Shock – Guerra de vinos” de 2008 ilustra bastante bien esta herida a la identidad nacional francesa.
Ahora bien, algo menos conocida es la cata a ciegas realizada entre vinos de Burdeos y vinos de la región china de Ningxia en 2011, en la cual ganaron los vinos de Ningxia en 4 de las 5 categorías. Esto muestra el potencial de este enorme productor de vino que es China. Lejos de ser un país productor de juguetes de plástico baratos y de ropa de baja calidad, China se está convirtiendo en un actor a tener en cuenta en el mundo del vino.
Vienen tiempos interesantes.