Bien sabemos que el mundo del vino ha mejorado exponencialmente durante los últimos veintitantos años, hoy día disponemos de muchas más variedades y territorios; junto con la mejora técnica en su elaboración también han eclosionado nuevos conceptos, arquetipos, paradigmas y verdaderas filosofías trascendentales entorno al intrincado mundo del vino. Afortunadamente y como parte no menor del conjunto, la diversificación y la riqueza a la hora de titular un vino, vamos, de ponerle nombre, también ha mejorado mucho, pareciera que la luz ha entrado por las viejas rendijas y con ella una brisa refrescante, lo mismo que ocurrió en los anaqueles de nuestras bibliotecas con la llegada de la democracia.
En un pequeño afán enciclopédico decido anotar el nombre de los vinos que me encuentro al azar durante un tiempo indeterminado.
Excluyo los consumados, pues están siempre condicionados por una elección previa como es natural. El propósito es acercarse a la historia social de nuestro país a través del nombre de los vinos, de modo que condiciono la búsqueda a los nombres anteriores a la gran evolución de la viticultura que ya hemos mencionado, antes de que se abrieran las ventanas y la luz lo iluminara todo sacándonos de las tinieblas.
Distingo sin mucho esfuerzo dos categorías, totalmente asimétricas y desiguales. A saber:
Categoría A: aquí encontramos, por un lado, escuetas nomenclaturas paisajísticas sin ningún alarde descriptivo, pero con apellido, es decir, con una nítida declaración identitaria tipo: valles de fulano, laderas de mengano, prados de zutano…, podríamos continuar con montes, pazos, dominios, vegas, viñas, cotas, cotos, caminos etc.
En esta categoría recogemos también gentilicios, latín clásico, familiares perdidos o recién llegados a la vida, sustantivos con articulo o sin él, según el caso, adjetivos calificativos, incluso frases compuestas. Y mis preferidos, los neologismos, o como me gusta llamarlos, pequeñas muestras de poesía unicelular, un bello ejemplo es el de un godello de Valedorras que lleva por nombre Avancia; como no acordarse de Blas de Otero con su Ancia…o Pintia, aunque este proviene de una antigua ciudad Vaccea… pero aaay la categoría B (largo suspiro…)
En los años sesenta se puso de moda en las bodegas adoptar un titulo nobiliario para dar empaque a sus vinos. Esta simpática bodega invento su propio marquesado para dar titulo a un vino nacido en la trastienda de una taberna gallega. Otras pagaban a condes y marqueses para utilizar su nombre comercial al más puro estilo de «La escopeta nacional».
Categoría B: Aquí disponemos de un farragoso páramo de nombres que forman un minucioso catálogo de todos los títulos nobiliarios y eclesiásticos. Así como otras tantas referencias reales donde nos recuerdan constantemente de quien es el paisaje en España.
No pondré en duda el honor de unos, ni la santidad de los otros, ni mucho menos la vanidad de ambos estamentos… al contrario me dan ganas de gritar ¡Viva el Marqués de Cáceres!, ¡Vivan las caenas!
Pero me contengo, me ampara el derecho a la pereza y la vida contemplativa, que es unos de los logros más infravalorados de la humanidad. Puestos a contemplar, me pica la curiosidad y comparo al azar y sin ausencia de maldad, el nuestro con otro país de larga tradición viticultora, nuestra vecina, Francia, le grand republique…
La categoría A es muy similar, menos imaginativa, quizá por las complejas normas que se imponen, no por ello menos convenientes, a la hora de de calificar sus vinos.
La categoría B en Francia seria testimonial, salvo los castillos medievales y el viejo don
Pérignon, que tiene más de científico loco que de santo, y que en España hubiera sido quemado en la hoguera o santificado. O las dos cosas sin importar mucho el orden.
Llegados a este punto extraigo las siguientes conclusiones sobre los nombres de los vinos:
- Que la nobleza o la santidad de un nombre no garantiza un buen vino; aunque tampoco lo contrario.
- Que las luces del siglo XVIII no iluminaron a España.
- Que el nombre de los vinos se ha convertido en un nuevo género literario que aporta frescura a nuestra agotada lengua castellana, como la acidez a un buen vino.
- Que por lo anterior un buen vino debería comenzar a disfrutarse por el nombre como el titulo de un buen libro.
- Que el francés, como dicen, es el idioma del amor, pero empalaga tanto como moscatel maduro.
La historia nos contempla, o eso dicen, y nosotros la contemplamos a ella, personalmente con mucho escepticismo, por suerte el rancio abolengo nobiliario ya no convence a nadie, hoy en día puedes comprar un titulo nobiliario en unos retretes públicos, con castillo en ruinas y todo, ahora los vinos como las personas se valoran por si mismos. Pero el nombre de un vino, como el titulo de un libro, puede ser la entrada al paraíso, la sugestión intelectual para lanzarte a devorar su interior. Los más modernos bibliotecarios se han fijado en las vinotecas y presentan sus libros mostrando la portada y no la delgada superficie del lomo; en las vinotecas son las etiquetas lo que destaca en los anaqueles, personalmente podría estar horas paseando la mirada en una larga ensoñación viajera por las apretadas filas de botellas de una librería de vinos, o si lo prefieren de una vinoteca de libros.
Porque las palabras tienen un efecto de sugestión maravilloso, están llenas de sabores y matices como un buen vino, prueben a decir en voz alta la palabra oceánico, saboreen despacio cada silaba, y en conjunto, esa «a» acentuada se alarga hasta la eternidad como una ola atlántica, dando amplitud y evocando grandes espacios: oceaaaanico. Como el retrogusto o la persistencia , seria un buen nombre para un vino largo en boca…Probemos el efecto que produce otro nombre, por ejemplo Marques de Cáceres, automáticamente la ensoñación a desaparecido, la evocación de transforma en pre-juicio, en lugar común, en un porque si sin dialéctica, al fin y al cabo la palabra Marques proviene de marca, en este caso territorial, una costumbre que aprendió la nobleza observando mear a los perros, que salvaje ironía. He dicho ironía sin percatarme que tiene la misma sonoridad que orina, las palabras son maravillosas cuando se les presta atención. Marques de Cáceres es un vino urinario u ordinario, un vino objeto como un orinal, siguiendo la semántica juguetona. Representa el refugio de los cobardes, de la somnolencia tradicional y no el sueño aventurero de un Océano…
No hagan olas, los mares están llenos de ellas, Hagan vino y beban sus nombre tan solo por el sabor que tiene las palabras en la boca.
SALUD AMIGOS Y
VIVID GOZOSOS.