En un supuesto tratado de infamias gastronómicas, la historia del emparedado, ese artefacto de pan blanco relleno de dudosas laminas de carne, comúnmente conocido como Sándwich no debería faltar. Si bien es verdad que en la actualidad podemos encontrar suculentas creaciones culinarias con este formato (recientemente probé el delicioso Sándwich de pastrami de Ricard Camarena) el fundamento de la infamia se esconde en su intención, en el apropósito mismo de su creación. Esta es la historia de los hechos, contada un poco al modo en que cuenta la historia la gente del vulgo, carente de todo academicismo necesario, intitulada y adultera. Y sin la más mínima intención, por otra parte, de ofender, como se vera, a las más altas instituciones de la nobleza inglesa, que es resumen y calco de cualquier otra.
El execrable aristócrata ingles John Montagu, IV conde de Sándwich, fue un hombre mediocre, advenedizo y ludópata.
Vicio este último por el cual, nos lego a la posteridad la infamia del emparedado al que comúnmente conocemos como sándwich. Puede que la hemofilia familiar propia de las estirpes endogámicas, o la carencia de utilidad de su persona, le proporcionara su feroz afición por el juego. Causa última por la cual lo llevo a descuidar sus comidas hasta el punto de poner en serio riesgo su inútil salud. Sus criados, muy preocupados por su empleo y sueldo, y no por el bienestar de su empleador como finalmente atribuyen las crónicas oficiales, se emplearon en idear un artefacto alimenticio acorde con la necesidad única del execrable conde: No mudar la mesa de cartas con su tapete verde ingles, por la mesa y mantel de la molesta colación nocturna. En primer lugar asaron hasta la extenuación el antes jugoso Roast-Beef, con el fin de extraerle todos sus jugos y convertirlo en un fiambre seco y muerto, pues el derrame de esta sabrosa sustancia sobre el falso césped del tapete de juego, habría sido suceso imperdonable por el conde. A continuación moldearon pan blanco sin corteza para facilitar la mínima e irremediable masticación. Y entonces surgió el ingenio ergonómico que dio al pan la multifunción de alimento, envoltorio y servilleta, y de paso dejar libre la otra mano, para el manejo continuo de la baraja, bajando así el placer gastronómico, de una ocasión propicia para practicar un arte más digno a su noble estirpe, al nivel de cualquier otra necesidad fisiológica con carácter más escatológico y que no debería realizarse en público.. Así nació el emparedado o sándwich, como un menosprecio, una negación de la excelencia culinaria, hijo del vicio y la ociosidad. Recuerdo una entrevista a un reputado cocinero mil veces condecorado por una empresa de neumáticos para automóviles, decir que cuando acababa la jornada en el restaurante, estaba tan harto de cocinar que el y su novia se preparaban un sándwich y comían frente al televisor; no lo se, pero creo que la novia no le aguanto mucho la impertinencia. Pues eso…
Visto lo visto y conociendo su función, parece que la utilidad de este sencillo artilugio comestible padrino de la hamburguesa, es muy apropiada en estos últimos tiempos en los que, en una especie de mutilación voluntaria, una buena parte de la población solo disponemos de una mano para toda actividad humana, pues la otra tiene que estar irremediablemente sosteniendo el teléfono móvil.
En este sentido, el actual conde de Sándwich, haciendo gala de la innata vocación que la nobleza ha demostrado siempre a lo largo de la historia para conservar sus privilegios, y en un giro cómico digno de «La escopeta nacional», ha hecho gala de la infamia de su antepasado para ensanchar sus arcas. Es decir ha montado una cadena de establecimientos que perpetran de manera industrial la canallada de su ancestro pero estas vez sin timba de cartas. Juntando el nombre de su hijo menor Earl, otro inútil adinerado heraldo de la ociosidad, con el apellido de su dudosa nobleza.
La fotografía es maravillosa, una imagen que puede resumir la historia moderna de la dominación económica y social. Se trata de la inauguración de uno de los establecimientos que apadrina el aristócrata ingles, parece que en los Estados Unidos, pero eso no tiene mucha importancia.
Nótese la curiosa escalera humana que forman los componentes del centro de la imagen. De izquierda a derecha en el peldaño superior encontramos al conde, con traje azul de protocolo, yo diría que prestado, por lo desgarbado de su talle. Tiene la misma frente ancha de su ancestro, el número IV, el del retrato con peluca, y un tufillo vicioso de cura reprimido en el rostro (cuantos secongénitos en su familia habrán ocupado cargos en la iglesia gracias la regla de privilegio de la nobleza)
En el centro, una miss cualquiera, luciendo su cinta con decorativa función, símbolo en decadencia del poder patriarcal. Un símbolo en este caso compartido (dada su posición central) con el tercer peldaño de esta icónica escalera social. Un pequeño burgués, empoderado por sus beneficios económicos, con los que paga el favor de la nobleza y el sueldo de la modelo. Ahora los llaman emprendedores, empresarios u hombres de negocios. Y en ambos lados, jalonando la poderosa imagen central, casi fuera de foco para mantener y representar la distancia social que los separa, se encuentra la inevitable mano de obra. Inmigrantes hijos del colonialismo y la desigualdad, promovida hábilmente a lo largo de la historia, por los componentes del centro de la imagen, en una reproducción idílica del inevitable hombre blanco que denuncio Jack London. Una clase social, la que ocupa la periferia de la imagen, que en una bonita metáfora del mundo, sostiene la cinta inaugural del lucrativo negocio donde sus familias gastaran el producto de su trabajo.
John Montagu IX definió el sándwich y de alguna forma así mismo como » Un alimento triangular con un relleno en el interior entre dos panes», todo un canto a la mediocridad. Todos deberíamos sospechar de un establecimiento donde los empleados sirven comida con camiseta de jockey y gorra de beisbol. La historia del Sándwich nos enseña como la perdida de interés por la cocina nos convierte en súbditos de la vulgaridad. Alimentarse con desdén, distraídamente, en modo sándwich, es un síntoma de la deshumanización de la sociedad. No comamos triángulos ni otras formas geométricas, entre los pucheros esta la civilización y la fraternidad, volvamos al guiso primordial, a la marmita del tiempo perdido… ¡No jodamos la historia que nos queda con un mísero sándwich.!
SALUD AMIGOS Y… VIVID GOZOSOS.