Todavía hoy cerca de los albores del siglo veintidós, en la gran mayoría de las cocinas profesionales, y en no pocos hogares seguimos
aceptando con toda normalidad la presencia de una perversa broma anglosajona llamada Bovril.
En cierta ocasión un vendedor de cuchillos de cocina se atrevió a sugerirme como argumento de venta, que un buen cuchillo hace buena
una carne mediocre. Sin duda se trataba de un sofista amante de la dialéctica y del libre mercado; yo le dije que por analogía y siguiendo esa
estúpida regla de tres que seguimos todos, una mala dentadura convierte una carne excelente en algo impracticable y que por tanto prefería
gastar mi dinero en un dentista antes que enterrarlo en sus cuchillos.
Pero este absurdo debate, se queda vacío, hueco y en la nonada cuando se trata de la inefable salsa inglesa conocida como Bovril puesto que se
trata, tal como lo describió su propio creador: «de un exquisito fluido de carne de res» de manera que no se precisa para su consumo, ni cuchillo afilado
ni tan siquiera una mala dentadura. Todo un logro que tenemos que agradecerle al infame carnicero escoces metido a químico Jhon Lawson Jhonston.

Para conoce la historia desde el principio deberemos remontarnos a finales del siglo XVIII, un siglo de oro para las ideas, pero también el germen
de las más perdurables y malas ideas de la gastronomía universal. A saber: El sandwich y el pan blanco que ya tratamos en otro articulo, el catsup
y las latas de maíz dulce que todavía hoy algún incauto sin corazon lo añade a las ensaladas, la leche condensada y el curry en polvo, símbolo antes
que el té de la supremacía británica en la India. Y como no el Brovril y todas sus derivadas perversiones.
En 1870 estalla la guerra Franco Prusiana que terminara tan solo un año después con la victoria y la proclamación de Guillermo I como gran Kaiser en
la mismísima galería de los espejos del palacio de Versalles, toda una humillación para el antes orgulloso ejercito francés. Este gesto acabara simbolizando
la unificación de Alemania. Napoleón III no vio a tiempo que los soldados prusianos eran más altos, más guapos y más fuertes que los famélicos y cansados
reclutas galos, mal alimentados de baguetes huecos y el pure de patata viudo de condimento herencia de Parmentier.
Titulados historiadores aseguran que el ejercito romano gano más batallas gracias a cocinarse su propio pan, que con la espada, así que las legiones aprendían
a cocinar antes que a luchar. La intendencia de alimentos y su logística son la principal arma de un ejercito.
Cuando Napoleón III pudo ver de cerca a los fornidos soldados prusianos supo que necesitaba un arma alimenticia para sus hambrientos muchachos. De tal
modo y a la desesperada, le encargo a nuestro infame carnicero escoces metido a químico y con gran afición a la descomposición animal Jhon Lawson Jhonston,
un preparado cárnico duradero y fácil de transportar para rellenar las desvalidas baguetes de su soldadesca.

Como podréis imaginar el Bovril no llego a tiempo para salvar a Francia de la derrota, pero le vino de perlas al incipiente y muy prospero imperio colonial británico
que lo llevo por todo el mundo hasta que se convirtió en uno de esos artefactos con fines militares
que pasan a la normalidad del uso común como la cantimplora, el reloj de pulsera, las gafas de sol, la cinta adhesiva o el microondas. En el siglo XIX los europeos
creían firmemente en el determinismo culinario y el destino de los pueblos que dice que el tipo de alimentación determina la actitud y el carácter de las naciones.
El gran celebrado por todos los gastrónomos en su gran celebrada «Fisiología del gusto» nos dice que los pueblos que se alimentan con carne son más dados a
la guerra y menos pusilánimes que los alimentados por granos y vegetales.
Una de las ventajas estratégicas del Bovril es que tiene la eternidad como fecha de caducidad, fácil de transportar y muy energético. Se puede consumir a cucharadas haciendo tripas corazón, untado en pan o en sopa simplemente añadiéndole agua leche o whisky… con estas virtudes no es de extrañar que el
Bovril se convirtiera en el símbolo del imperio colonial británico junto al sombrero salacot que nos ponemos todos cuando jugamos a exploradores. También en
el artefacto más popular de los viriles aventureros ingleses y de todo tipo de viajeros y comerciantes amigos de lo ajeno. Pero también fue el símbolo del brutal
fanatismo del inevitable hombre blanco gracias a su peculiar estrategia comercial.
Cuando esta sustancia negra y pegajosa se presento como marca comercial poco antes del 1900, adopto el nombre actual de Bovril, palabra compuesta que hábilmente el infame carnicero Jhonston juntando el vocablo latín Bovis (vaca) con Vril, palabra extraída de un best seller de ciencia ficción escrito en 1871
por Edward Bulwer Lytton titulado «La raza venidera del Vril» en el que se relata como una raza superior llegada desde el centro de la tierra para dominar el
planeta utiliza para ejercer su dominio una energía vital llamada Vril. Cuando la realidad imita la ficción, nos demuestra que en realidad la ficción no existe.
Así que aunque parezca una broma el caso es que no pocos lectores teosofistas tomaron la cosa en serio y dieron por cierta la existencia de esta raza superior hasta el punto que durante el tercer Reich se creo la «Sociedad Vril», unos supuestos seres esotéricos y superiores al resto de los mortales.
Este zumo cárnico parece que desata en los humanos un afán de conquista y superioridad moral que lo incita a realizar grandes proezas de rapiña y saqueo.

En 1902 un anuncio publicitario muy popular escribía la palabra Bovril con el relieve de los 68 países bajo el dominio del rey Eduardo de Inglaterra, toda una
declaración de principios.
En su época de más apogeo Bovril paso a ser envasado en Argentina donde poseía terrenos de pasto del tamaño de la península ibérica y más de dos millones
de cabezas de ganado listas para ser embotelladas. Después de esto seria lógico pensar que la carne de res es el ingrediente principal de esta sustancia, no
sabemos cuantas vacas puede haber metidas en un bote de Bovril pero en 2004 durante la crisis sanitaria de la encefalopatía espongiforme bovina, más conocida
como las vacas locas, la empresa anuncio que cambiaba la receta sustituyendo la carne de vacuno por extracto de levadura, un subproducto de la elaboración
de la cerveza, es decir las heces de las adorables levaduras que hacen que sea posible la fermentación del lúpulo.
El caso curioso es que muy pocos consumidores notaron la diferencia. Quítale a un plato de entrecot con patatas el entrecote y dime que te queda… pues eso
parece ser que no pasa con el Bovril, es lo que tiene la ciencia ficción.
Con vaca o sin vaca el caso es que esta oscura salsa lleva alimentando mas de doscientos a los héroes de la patria anglosajona y de paso sepultando nuestros
alimentos con su oscuro manto como la erupción de un volcán cubre de ceniza los campos verdes de la tierra.
Pensadlo bien porque si tomais Bovril y no sois ingleses, es que sois un pueblo conquistado.
SALUD AMIGOS Y
VIVID GOZOSOS