Ferran Adrià supuso para la cocina, al final de la década de los 90, lo que Jorge Luis Borges representó para la agotada lengua castellana y su literatura en los años 40. Augusto Monterroso definió magistralmente la irrupción del escritor argentino y lo que supuso para los escritores de su época en un relato titulado: «Beneficios y Maleficios de Jorge Luis Borges» y que yo voy a imitar aquí, acercando descaradamente la sardina a mi ascua.
El fenómeno de el Bullí y Ferran Adrià aportó a la cocina mundial un cambio de paradigma desde la raíz misma del producto hasta los limites más insospechados de la creación gastronómica; así transformó la experiencia culinaria en un todo holístico y consciente de sí mismo. De la misma manera, Borges revitalizó no solo el lenguaje literario, sino la hipnótica y sorprendente manera de cocinar un relato. Llevó al lenguaje a los límites de sus posibilidades creativas utilizando paradojas exquisitas, trampantojos argumentales que fundían realidad y ficción, historia y metáfora, y un adjetivo siempre sorpresivo y deslumbrante y a la vez telegráfico.
Por su parte Ferran Adrià no inventó platos, sino conceptos nuevos que revitalizaron la alta cocina y la despertaron del coma soporífero que supuso el envilecimiento y la alcahuetería de los epílogos de la «Nouvelle Cousine».
Entre otras lindezas descubrimos la aplicación del arte conceptual en la cocina con el cubismo y la deconstrucción, también que el aire puede ser un ingrediente que inducido a una salsa la convierte en espuma, que un corte define y hace un plato y que cualquier ingrediente puede ser extraordinario.
Pero la aportación más valiosa e intangible que Ferran Adrià nos está legando – ahora mismo con la Bullipedia – es la materialización del método creativo. Éste nos enseña a no dar nada por sentado y cuestionarlo todo desde la sencillez y la inocencia: ¿Qué es un tomate?, ¿Por qué comemos?, ¿Para qué?


Actualmente los cuarenta mejores cocineros del mundo (según catálogo oficial) han pasado casi en su totalidad por los fogones de «El Bullí». Pero su aparición en escena para los cocineros que dormitaban tranquilamente en sus restaurantes en los años noventa, tuvo que ser muy parecida a la que vivieron los escritores que descubrieron a Borges por primera vez en los años cuarenta y que Augusto Monterroso enumeró en diez consecuencias malignas o beneficiosas. Y que yo voy a imitar cambiando literatura por cocina:
El encuentro de un cocinero con Ferran Adrià nunca puede suceder sin consecuencias.
He aquí algunas de las cosas que pueden ocurrir entre benéficas y maléficas:
(Por mi parte os anuncio por adelantado que en mi caso particular deambulo muy plácidamente entre el punto cinco y el diez…)
- Pasar a su lado bostezando y sin el mínimo interés. (MALÉFICA)
- Escucharle atentamente sin entender nada, pero con la sensación de que es importante lo que dice. (BENÉFICA)
- Deslumbrarse y quedar maravillado con las esferificaciones y los sifones. (BENÉFICA)
- Deslumbrarse y quedar maravillado con las esferificaciones y los sifones y creer que la cosa va por ahí. (MALÉFICA)
- Descubrir que uno es tonto y que no se le ha ocurrido una idea buena en su vida. (BENÉFICA)
- Descubrir que uno es inteligente porque entiende algo de lo que ocurre en «El Bulli» (MALÉFICA)
- Descubrir lo conceptual y lo filosófico en la cocina. (BENÉFICA)
- Preocuparse por lo conceptual y filosófico en la cocina. (MALÉFICA)
- Por lo ocurrido en el punto 5 imitar a Ferran Adrià. (MALÉFICA)
- Por lo ocurrido en el punto 5 dedicarte a hacer paellas el resto de tú vida o incluso dejar de cocinar. (BENÉFICA)
SAUD AMIGOS Y
VIVID GOZOSOS.