El vino es una bebida culta. En las críticas de vino o en la auto-representación de las bodegas, el alcohol no es más que un detalle técnico. Cuando hablamos sobre vino nos posicionamos socialmente. Lo comparamos con otros vinos saboreados anteriormente, evocamos viajes, comidas y eventos pasados. Nos elevamos mutuamente en la comunidad de los civilizados. En estas conversaciones no hay espacio para el efecto del alcohol.
No obstante, existe todo un género de hablar del beber y de las borracheras. Hablar de géneros significa hablar de discursos con ciertas características en contenido y forma, muchas veces también vinculados con contextos sociales o históricos específicos. Pues, en este sentido existe el género de los relatos orales sobre las aventuras del beber.
El elemento central de estas historias es lo que los ingleses llaman el binge-drinking, la ingesta de gran cantidad de alcohol con el objetivo de emborracharse. Otras características de este tipo de relatos son las transgresiones de las normas; sea de contenido sexual, de violencia o de pequeños delitos. Estos no se cometen más por accidente o placer que por razones económicas. También el pasarse con bromas es un tema recurrente en este género oral. Son narrativas que circulan sobre todo en situaciones cara a cara, entre amigos relativamente jóvenes. En estos relatos la bebida responsable por la borrachera, normalmente, no es el vino. Los jóvenes suelen consumir más otros tipos de bebidas, desde cerveza hasta alcohol más fuerte, sobre todo cuando el objetivo es el de emborracharse.
Las narraciones sobre el beber no son nuevas ni exclusivas de las historias orales. Resuenan con otros géneros culturales como las leyendas de beber de los guerreros vikingos o los hombres de Gengis Kan. Y también existe toda una tradición de evocación de la borrachera en la música popular. Destacan aquí algunos géneros como el punk rock donde representa la heroica transgresión del grupo con su oposición a las normas aburridas de la sociedad. Se trata de un relato que, al mismo tiempo, crea cohesión interna capaz incluso de convertirse en signo de identidad. Y por supuesto también Hollywood ha descubierto para si el tema de la pérdida de control mediante el alcohol y las drogas. Lo ha convertido en un género taquillero como muestra la trilogía de Resacón en Las Vegas.
La sociología nos ayuda a entender la función social de estos relatos. Nos ayuda a entender por qué parece existir una necesidad de hablar de las borracheras y de comprender qué hacen estos relatos con las personas implicadas.
En sociología diferenciamos entre funciones manifiestas y latentes. Las manifiestas son aquellas funciones que los narradores mismos dan a sus acciones y que son relativamente transparentes para todos los participantes. Relatos sobre borracheras sirven en primera línea de entretenimiento. Pretenden hacer reír a los participantes y recordar buenos momentos (si: incluso cuando algunos de los participantes se lo pasaron mal en su momento, las historias convierten a estos acontecimientos en buenos tiempos). Recuerdan episodios en buena compañía, pues la caída en el abuso de alcohol a solas no es apta para este tipo de relatos que, en última instancia, evocan algún elemento heroico.
Funciones sociales más subyacentes son la del fomento y mantenimiento de vínculos de amistad. Esto se logra, por un lado, al revivir un momento con las mismas personas con las que se vivió la experiencia. Al figurar como una buena compañía o como cómplice de trastadas, se reivindica una relación especial entre los participantes. Por otro lado, también es justamente aquel elemento de vergüenza la que crea intimidad. Muchas veces se reivindica una fuerte masculinidad clásica, alardeando con la cantidad de alcohol que uno es capaz de ingerir y de la aventura y del riesgo relacionado con el acontecimiento. No obstante, un elemento central del género de las historias del beber es la pérdida de control. En clave de humor se pueden romper también los ideales del autocontrol masculino. Ahora bien, aunque las historias sobre borracheras eran tradicionalmente historias masculinas, cada vez más se trata también de un género producido por mujeres.
A través de hablar abiertamente de aspectos vergonzosos, se crea un tipo de catarsis, una forma de limpieza de los propios pecados. Se incluyen, en la propia identidad, las trasgresiones, los lados oscuros de la propia personalidad. Pero estos se ubican en una parte simbólicamente separada de la personalidad sobria. De esta forma, se puede reivindicar una identidad ciertamente superior y original, sin renunciar a los elementos trasgresores. Son relatos ambiguos: de risa y lágrimas, de revivir alegrías y remordimientos, de vergüenza y orgullo.
Ahora bien, estos relatos no solo tienen que ver con el pasado y su función para el presente, al mismo tiempo remiten también al futuro. Al convertirse en un género legítimo de historias orales, los relatos sobre borracheras crean simultáneamente expectativas para futuros eventos. Las narraciones sobre borracheras, resacones y transgresiones sirven para muchos jóvenes de guion para el próximo episodio del binge drinking. Crean el estándar que hay que lograr —o incluso superar— en la salida del próximo fin de semana. La intoxicación y pérdida de control junto con episodios de transgresiones de la norma, aventura y riesgo, se convierten así en indicador de éxito de una fiesta.
Las historias presentan una forma de valor añadido al placer del momento, o una compensación por los momentos malos de violencia o vergüenza. Estos relatos pueden incluso ser entendidos como un capital simbólico, un beneficio que dura más allá del momento. Solo al hablar posteriormente de los episodios de borracheras se ponen en marcha todas estas funciones. Y al salir por la noche, no solo se busca el placer del momento sino también el buen relato para la posterioridad.
Con una edad avanzada remiten tanto estos episodios de transgresión como los relatos de los mismos. Nos hacemos más responsables, o aburridos, según se mire.