Una cuestión que como economista y como persona interesada por las cuestiones gastronómicas me resulta especialmente preocupante es la referida al derroche alimentario.
En un mundo en el que millones de personas siguen pasando hambre (¡más de 800 millones!) y otras muchas sufren problemas de desigualdad alimentaria (hay al menos 700 millones de personas con problemas de desnutrición y unos 1.800 millones de personas con sobrepeso u obesidad) resulta muy llamativo la cantidad ingente de alimentos que acabamos tirando a la basura.
En un planeta convulso, que acaba de pasar una crisis socio-sanitaria de escala global, la desigualdad alimentaria constituye un problema gravísimo y que pone en evidencia la falta de coherencia del sistema económico global.
Al menos, en el lado positivo, podemos ver como en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible se recogen una serie de medidas que muestran que hay consciencia de la importancia de estas disfunciones y de la necesidad de corregirlas. De hecho, entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible encontramos 2 que directamente se dirigen a la situación que acabo de reflejar. El ODS nº 2: Hambre 0 y el ODS nº 12: Producción y consumo responsables constituyen la punta de lanza de una estrategia que pretende conseguir un mundo más justo y sostenible.
La FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, lleva ya bastante tiempo haciendo un seguimiento del problema del derroche alimentario y de sus graves implicaciones sociales y medioambientales y las autoridades europeas y españolas también elaboran estudios e informes en los que se sigue con preocupación la evolución de las cifras de derroche alimentario.
Por poner sobre la mesa algunos datos, se estima que 1/3 de la producción mundial de alimentos se acaba desaprovechando. Datos referidos a 2019 hablan de unos costes económicos, medioambientales y sociales debidos al derroche alimentario de 2,23 billones de €. Centrándonos en los datos meramente económicos, la FAO estima que en 2019 se perdieron 350.000 millones de € en alimentos producidos.
En cantidades físicas, los datos reflejan un desperdicio de comida de 1.300 millones de toneladas al año, de los cuales 89 millones corresponden a Europa y 7,7 millones a España, que ostenta la séptima posición entre los más países que más desperdician. Algunas comparaciones, hechas para poner en evidencia la increíble dimensión de estas cifras, establecen que la cantidad de alimentos que se derrocha equivalente al total de la producción mundial de cereales.
De toda la cantidad de alimentos que acaba en la basura se estima que un 42% procede de los hogares y el resto se reparte entre fabricación (39%), distribución (5%) y restauración (14%).
Así pues, casi la mitad de las pérdidas se dieron en la fase de producción y el resto en las fases de distribución y consumo. Siendo los alimentos frescos el eslabón más débil de la cadena ya que representan un 44% de las pérdidas.
Cuando nos centramos en los restaurantes, podemos encontrar que la Cornell University Food and Brand Lab estima que el 17% de lo que se pone en los platos de los restaurantes y el 55% de las sobras de los restaurantes, se acaban tirando. Si buscamos referencias más cercanas encontramos que la Asociación de Hosteleros de la Comunitat Valenciana también cuantificó el desperdicio estimando que el 30% de los alimentarios que se sirven en los bufets acaba en la basura.
En referencia los impactos medioambientales del derroche alimentario podemos, por ejemplo, destacar el impacto sobre un recurso cada vez más escaso, el agua. Hay estudios que reflejan que el 25% de toda el agua que anualmente se usa en agricultura se emplea en producir alimentos que no se acabarán aprovechando. Pero no solo es eso, también es enorme el impacto sobre el uso del suelo, se destinan unos 1.400 millones de hectáreas a cultivos que finalmente se acabarán desechando. Pero no acaban aquí los impactos medioambientales, las estimaciones de las Naciones unidas muestran que entre un 8% y un 10% de las emisiones mundiales de gases con efecto invernadero se pueden relacionar con alimentos que finalmente no se consumen, tanto referidas a pérdidas en los procesos de producción y transporte como en la etapa del consumo final.
Para concluir. Son muchos los cambios que tanto la industria alimentaria como los consumidores tendremos que llevar a cabo si queremos conseguir que el sistema funciones adecuadamente, minimizando sus impactos negativos en materia económica, social y medioambiental.
Por lo que se refiere a los consumidores garantizar la sostenibilidad alimentaria de nuestro modelo exige un cambio de dieta buscando, en la medida de los posible, la viabilidad de la industria, pero asumiendo modificaciones como:
- una notable reducción el excesivo consumo de carne,
- un aumento en el consumo de productos de proximidad, vinculado a evitar el consumo de productos que no sean de temporada en nuestro país,
- evitar el descarte de alimentos, sobre todo fruta y verduras, “feos” o con calibres pequeños (dicen los datos que casi un tercio de la producción agrícola no se aprovecha por motivos estéticos),
- mejorar la información sobre los procedimientos para “reciclar” las sobras (tanto en casa como especialmente en la restauración),
- no descartar productos por falsas creencias, como, especialmente, la interpretación de las etiquetas de “consumo preferente”, que no implica necesariamente que la comida se deba tirar pasada la fecha indicada, pero que, según los datos disponibles, acaba causando que se tire casi un 10% de la comida que compramos los europeos.
- mejorar las técnicas de conservación de modo que se alargue la vida útil de los alimentos y enseñar a los consumidores a planificar adecuadamente sus compras, especialmente las de productos perecederos. Las nuevas tecnologías pueden jugar un papel importante en este sentido, avisándonos de cuando los productos que tenemos en nuestros frigoríficos o alacenas se acercan al final de su período de vida útil e incluso recomendándonos formas “sanas” para usarlos.
El tema de las mejoras que puede y debe llevar la industria tanto en la fase de producción como en la de distribución, daría para otro análisis, así que no entraré a comentar estas cuestiones… de momento.