En una muy reciente publicación de una fuente poca (nada) sospechosa de ser anticapitalista se habla del futuro del sistema alimentario global. Se trata de “The Global Food System: Identifying sustainable solutions” una monografía patrocinada por Credit Suisse.
Ya en su preámbulo, Michael Strobaek, el jefazo al cargo de las inversiones de Credit Suisse, advierte de ciertos parámetros muy aconsejables que él mismo ha llevado a la práctica: evitar las comidas azucaradas, los alimentos procesados, los granos refinados y las grasas trans, reducir el consumo de carne y lácteos, y aumentar la ingesta de vegetales, de grasas vegetales naturales y de fibra.
Palabras muy similares de un ministro español pronunciadas en los últimos tiempos han sido muy contestadas, especialmente por el lado más conservador de la política y la ciudadanía con infantiles respuestas incluyendo la defensa virulenta de productos tan aconsejables como la bollería industrial. En fin, el tema no merece más comentarios y adjunto para ilustrar la cuestión un pantallazo de uno de los responsables de comunicación de un partido de cuyo nombre… no quiero acordarme.
Pero sigamos con lo nuestro. El responsable de inversiones de Credit Suisse llega a posicionarse sugiriendo que “gobiernos y reguladores se centren en la alimentación y la salud con la misma intensidad que con que lo hacen con el cambio climático”.
Tengamos en cuenta que la expresión Sistema Alimentario Global incluye cualquier actividad relacionada con la producción de alimentos y su consumo, desde “la granja hasta el tenedor” (“from farm to fork”). Que dicho sistema sea sostenible es importante desde la perspectiva de la totalidad de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible introducidos por las Naciones Unidas en 2015.
Pero lo cierto es que estamos muy lejos de alcanzar un sistema alimentario global sostenible. Casi tanto como de tener al cambio climático bajo control. Para que nos hagamos una idea el estudio nos recuerda que hay casi 700 millones de personas desnutridas en el mundo a la vez de que hay casi 1.800 millones personas con sobrepeso u obesas. Se estima de hecho que los problemas de malnutrición conllevan un coste global de ¡¡¡12,1 billones de euros!!!
La dinámica demográfica no parece que vaya a ayudarnos a mejorar la situación. Está claro que desde la perspectiva de la vieja Europa la población no parece que vaya a crecer mucho, pero el mundo es diverso y las expectativas de evolución demográfica sustancialmente diferentes.
Unos datos interesantísimos procedentes del World Resource Institute (WRI) muestran que la producción mundial, calculada en términos de calorías debería aumentar un 56% entre 2010 y 2050 para alimentar a la población esperada. Concretamente en 2010 dispusimos de 13.100 billones de calorías y para 2050 se estima que se necesitarían 20.500 billones de calorías.
Para tener una visión básica de como interpretar los datos en 2010 en términos per cápita, en la Unión Europea teniendo en cuento los alimentos basados en animales aportaron 772 kcal por persona y día, en Estados Unidos y Canadá la cifra era muy similar, 774 kcal, en China apenas 551 kcal en China, en el resto de Asia (sin incluir ni China ni India) la cifra bajaba hasta 263 kcal y alcanzaba las 155 kcal en el África subsahariana. Por tener una referencia general, la media mundial ascendía a 403 kcal. Si esas cifras no son llamativas….
Pero retomemos el tema de la desnutrición. Los datos son tremendamente descorazonadores, la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) informa de que tanto la proporción de personas desnutridas como su valor absoluto ha crecido desde 2015, año de la introducción de los ODS. Por ejemplo, de los 7.700 millones de habitantes del planeta en 2019, 2.000 millones padecían de inseguridad alimentaria. En todo caso el análisis de las zonas que han empeorado nos muestra áreas como el África subsahariana, el área occidental de Asia, el Norte de África, América Latina y el Caribe. De hecho, las estimaciones de la FAO reflejan que la COVID-19 puede haber añadido entre 83 y 132 millones de personal al bloque de las personas con inseguridad alimentaria. Lamento informarles a los optimistas, que las cifras para 2030 se espera que empeoren y que se superen los 840 millones de personas malnutridas.
Pero dejadme que le eche un vistazo al otro lado de la moneda. A la vertiente del sobrepeso y la obesidad. El número de personas que se considera que tienen sobrepeso se duplicó entre 1975 y 2016, hasta representar casi un 40% de la población mundial. Pero es que aún es peor si nos fijamos en los obesos. La proporción mundial de personas con un Índice de Masa Corporal (IMC) de 30 o más casi se ha multiplicado por tres entre 1975 y 2016, acercándose peligrosamente al 15% de la población mundial. Y si alguien piensa que es solo un fenómeno propio de los países desarrollados se equivoca.
Se ha estimado que la ingesta media diaria de calorías de una persona debería rondar las 2.100 asumiendo un IMC de 22 kg/m2 (por cierto, se pueden encontrar en Internet diferentes calculadoras del IMC, cuyos resultados se basan en teclear nuestro peso, nuestra altura y nuestra edad). Por su parte el prestigioso estudio EAT-Lancet de 2019 plantea como referencia una ingesta diaria de 2.500 kcal diarias. Los datos muestran cifras por encima prácticamente en todas las zonas del planeta excepto en el África subsahariana.
No soy nutricionista, ni mis conocimientos me permiten proponer cual ha de ser esa dieta, pero en el informe de Credit Suisse nos dan al menos los parámetros principales que deberían caracterizar una dieta sana. Se afirma que al menos un 50% de nuestra ingesta diaria debería corresponder a frutas y verduras, cifra muy lejana a la que caracteriza la dieta de buena parte de los jóvenes españoles; al menos un 26% debería corresponder a cereales y féculas; alrededor de un 17% debería ser carne/pescados y similares; no más de un 4% de lácticos y, finalmente, no más de un 4% de aceites/grasas.
Analizar la realidad de nuestra dieta, no solo de los adultos, sino especialmente de los jóvenes, resulta especialmente preocupante y nos muestra no solo un futuro insostenible, también un futuro plagado de enfermedades.