Pocos nombres propios de empresas han conseguido convertirse en sinónimo de todo un fenómeno social y ser utilizados como concepto sociológico. Uno de los que lo ha logrado es la empresa de automóviles Ford. El fordismo describe no solo un sistema de producción industrial, sino también toda una época. La fabricación industrial en masa y la producción en cadena caracterizan esta época de principios del siglo pasado con su esperanza en el progreso mediante el consumo de masas.
En el ámbito de la gastronomía solo la cadena de hamburguesas McDonald’s ha logrado convertirse en metáfora de un modelo productivo más allá de sus propios restaurantes.
El lector acostumbrado a la cultura gastronómica, quizá pensará en comida basura, de mala calidad. Pero semejante elitismo culinario es ajeno al análisis sociológico. George Ritzer, un sociólogo estadounidense, entiende por Mcdonaldización al “proceso por el cual los principios de los restaurantes de comida rápida dominan cada vez más sectores de la sociedad”. Con otras palabras, el término describe mucho más que solo una cadena de restaurantes concretos y se puede aplicar a grandes procesos sociales.
Ahora bien, ¿cuáles son estos principios que dominan cada vez más en la sociedad? Son básicamente cuatro: la eficiencia, el cálculo, la previsibilidad, y el control.
Mientras que los dos primeros principios resultan imprescindibles para poder ofrecer un producto a bajo coste, para nuestro argumento gastronómico son los dos últimos principios, los que resultan más interesantes. La comida de este tipo de cadenas es altamente previsible. No escucharemos nunca exclamaciones como “en el McDonald’s, de Estrasburgo he comido una hamburguesa extraordinariamente deliciosa”, ni por el contrario, “el McDonald’s del centro de Roma sirve patatas fritas de muy baja calidad”. No oiremos nunca semejantes veredictos por el simple hecho de que la calidad siempre es la misma. Lo que para alguien que busca nuevos sabores puede ser un aspecto negativo, para la mayoría de los clientes de estas cadenas es un argumento a su favor. Saben que la comida no les va a decepcionar.
Además: hay un alto nivel de control en la producción de este tipo de comida. Este aspecto resulta especialmente relevante si tenemos en cuenta su bajo precio. Normalmente tendríamos buenas razones para desconfiar de una comida tan barata. Pero gracias a la estandarización y el control —y a nuestra experiencia previa y la de millones de otros consumidores— sabemos que no nos vamos a indigestar.
Estos principios se están aplicando con éxito a muchos otros sectores sociales, desde peluquerías low cost, hasta centros comerciales o aeropuertos enteros que, hoy en día, se suelen parecer como dos gotas de agua, con pocos márgenes para la sorpresa.
Y también en el sector del vino podemos encontrar estos principios. A diferencia de hace pocas décadas, hoy en día podemos encontrar en las grandes superficies vinos altamente previsibles y controlados. Quien compra hoy en día un vino del segmento de precio bajo, ya no tiene que temer haber comprado un producto defectuoso. Gracias a la vinificación moderna resulta relativamente fácil producir vinos libres de defectos notables a gran escala y a precios asequibles.
Y por supuesto no vamos a escuchar a nadie elogiar la añada del Don Simón del año pasado, pero tampoco resulta probable que alguien vea decepcionadas sus expectativas con este tipo de vino. Una vez me decía una interlocutora en una entrevista de radio a la pregunta de definir la calidad de un vino, que “la calidad en un vino es cuando cumple tus expectativas”. En este sentido, encontramos muchos vinos de calidad en el fragmento más bajo, gracias a la Mcdonaldización del sector del vino.
Muchos profesionales parecen sonreír, ligeramente avergonzado, cuando se habla de estos vinos. Los vinos básicos no parecen ser dignos de la élite culinaria. Además, en el márquetin reina el lema “show the best and sell the rest”: hay que presentar los mejores vinos para vender a todos. Es decir, aunque no suelen ser los vinos que llenan de orgullo a los productores, es en este sector básico donde se venden la mayoría de los vinos. Son por ello, los consumidores de estos vinos que han ganado mucho gracias a la Mcdonaldización.
Esto sí, no deben esperar ningún descubrimiento organoléptico. Además, por la presión de precio y la impersonalidad del producto y la producción, con la compra de esos vinos tampoco debemos esperar trabajadores felices, bien pagados que se sientan autorrealizados en la producción de un bien cultural; ni un trato especialmente respetuoso con el medio ambiente.
La seguridad alimenticia tiene su precio, incluso cuando uno no lo paga.