En el capítulo 14 de la primera parte de la magnífica novela El rey del mundo (John R. Connor & Paco Miñarro, 2020), el protagonista, Homer Tomlinson, decide que, «si llega a ser monarca absoluto algún día, conformará un supremo consejo de sabios, especialistas en ciencias especulativas hasta ahora desconocidas, que elaborará voluminosas enciclopedias sobre los abismos estelares, catalogando tierras incógnitas, bio-estructuras jeroglíficas, pseudo-doctrinas teleológicas, animales flotantes y epistemologías cosmogónicas». En su reinado, afirma, «florecerá el realismo ultracientífico y se rechazará la autoridad del materialismo ortodoxo y del positivismo cartesiano, que no son sino zarandajas al lado de una teoría de la unicidad del todo en uno».
Asumiendo que es una idiotez, la idea de escribir una megaenciclopedia absolutamente fantástica, sin conexión alguna con la historia ni con la naturaleza «reales», ha hipnotizado siempre a algunos hombres. Entre ellos, por supuesto, a Borges («Tlön, Ugbar, Orbis Tertius», en Ficciones, 1944). Pero también a mi amigo Juanito, al que llamábamos «El explorador». En los ochenta y pocos debería tener unos treinta años y vivía con su madre. Harto de no encontrar trabajo estable, bifurcaba sus intereses entre el erotismo gráfico y el Western, y era tal su arrojo que, entre otras manualidades, no paraba de escribir cuentecillos sobre los sioux, los cherokis, los navajos y los apaches. Tan alto era su empeño y tan lúcido su espíritu que, animado un día por un empacho de THC, se presentó en una editorial valenciana y les mostró su grandioso plan: «La gran enciclopedia del salvaje oeste americano».
No sabremos nunca el porqué, pero el editor accedió a publicar su proyecto y en pocos meses apareció el primer fascículo. Juanito el explorador firmaba sus colaboraciones con un nombre inventado, naturalmente en inglés, y pasaba las noches escribiendo hechos nunca acontecidos, batallas inexistentes y flujos migratorios enrevesados. Además, describía con sumo detalle las cordilleras, los acantilados, las florecillas de Nebraska, las costumbres de docenas de falsas etnias, la caza nocturna del bisonte, la vestimenta de doscientos clanes y los entresijos de las lenguas amerindias. Todo ello sin tener apenas la más remota idea. Pero en lo que más destacaba era en la descripción de los bandidos, de sus hazañas, de sus golpes al Bank of America, y también de sus enemigos, los sherifs, cuya estrella de cinco puntas provenía, según afirmaba el hombre en el segundo fascículo, de la remota Babilonia.
Pensar en lo impensable es siempre un acto de rebeldía.